Tras el brutal asesinato de tres jóvenes prostitutas en la provincia de Buenos Aires, donde el narcotráfico es parte inseparable de políticos, policías y sectores judiciales, apareció el nombre de un personaje que era totalmente desconocido por los investigadores: el “Pequeño j”.
Este joven personaje – lo que no le quita lo nefasto- cometió tantas torpezas en su accionar que lo dejarían lejos del esquema de “capo narco” que la misma policía bonaerense se encargó de estamparle.
El foco ahora apunta a que este peruano nefasto, dejó rastros de su accionar por todos lados, incluso, al escapar utilizó los tres mismos celulares con un chip peruano durante su recorrido, haciendo muy fácil la escucha de conversaciones y su rastreo. Sin embargo, lo dejaron cruzar la frontera para huir. Ahora, para juzgarlo en Argentina se tiene que atravesar un proceso de extradición que sólo Dios sabe cuánto tiempo tardará y si es que no aparece muerto en una celda y se terminó la investigación por “caso cerrado”.
A pesar de todas las fotos que se publicaron en todos los medios del gordito narco trasandino, el muy perejil ni siquiera atinó a cortarse el pelo, teñirse, maquillarse, o vestirse distinto como para evitar ser tan fácilmente reconocido.
Su corte de cabello al estilo “cacerola” permaneció intacto hasta para el momento en que lo apresaron en Perú, con la misma cara de niño bobo inofensivo que se difundió en los medios.
El gordito fue tan idiota e improvisado, que hasta dejó la pala usada para el entierro en el mismo patio de la casa donde estaban enterradas las víctimas, que es el mismo lugar donde fueron asesinadas, y como si fuera poco, la propiedad era de la novia de su compinche narco… o narquito.
Para peor, utilizaron vehículos propios para toda la corrida. Nada da para suponer que se trataba de una banda de narcos, sino una banda de pichones mal arreados, cuyos sueños hollywoodenses los convirtieron en seres muy peligrosos, donde no medían ni sus propias consecuencias.
Lejos de la imagen de gran narcotraficante, este perejil simplemente seria un títere de pesos pesados que estarían vinculados al poder político de la provincia de Kicillof. Y para colmo, al peruano se le ocurrió acribillar a tres jóvenes prostitutas en plena campaña electoral del gobernador.
Sí, sería verdad que el ahora famoso “Pequeño J” miraba muchas películas sobre narcotraficantes pesados y esa imagen de narco hollywoodense es lo que quiso transmitir a otros idiotas de su especie, usando como sacrificio a tres pibas que, por la triste realidad de sus pobres vidas en esa provincia destruida, se dedicaron a la prostitución y a las drogas, y una de ellas se habría quedado con drogas y un vuelto que no le pertenecían. Nada que haga sospechar que se trataba de gente decente o ejemplar. Una suerte de auto exterminio o “extinción natural”, como se ha comentado en las redes.
En este inframundo bonaerense creado tras décadas de putrefacción social en manos de gobiernos narco-peronistas también hay ciertos códigos para el delito y pareciera que la ruptura de esos códigos generó el desenlace patético y criminal que salió a la luz en todos los medios.
El problema actual es que fue tan burdo todo, que todo el mundo se pregunta quiénes estaban realmente detrás de todo esto. Pero para que la gente no indague sobre el tema, ahora salieron las militantes kirchneristas a tapar la realidad de las vidas de las víctimas, ocultar la prostitución que ejercían, y titulando al crimen como “femicidio”, cuando la condición de mujer no tuvo absolutamente nada que ver con la motivación del delito.
Como condimento, las femi-kirchneristas (las mismas que aprobaron con su silencio el crimen del pequeño Lucio Dupuy) salieron a insultar por las calles y a atacar a sus opositores políticos y a cuanto medio independiente se cruzaran por el camino.
En esta decadencia estamos. Veremos cómo sigue esta historia.





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