Espías rusos en argentina

Espías rusos: El kirchnerismo permitió una peligrosa red de inteligencia extranjera en Argentina

Una red de espías rusos operó durante una década en Argentina, con documentos falsos y apoyo local. Todo comenzó bajo gobiernos kirchneristas.

Lo que hoy parece un escándalo de inteligencia extranjera tiene raíces profundas, y todas brotan de una misma semilla: la década kirchnerista. Entre 2012 y 2022, mientras el país se desangraba en crisis económica, corrupción e impunidad, agentes de inteligencia rusos ingresaron, se instalaron, espiaron y hasta votaron en elecciones argentinas sin despertar la mínima alarma oficial. Peor aún, lo hicieron con respaldo logístico y financiero provisto por una red que involucró ciudadanos argentinos, extranjeros y funcionarios que, en el mejor de los casos, fueron cómplices por omisión. En el peor, fueron directamente colaboradores.

Hoy, el fiscal federal Eduardo Taiano investiga esta red de apoyo que le permitió a los espías rusos Artem Dultsev y Anna Iudina —bajo las identidades falsas de “Ludwig Gisch” y “María Rosa Mayer Muños”— acceder a documentación adulterada, movilizar fondos y recorrer libremente el país. Lo más grave es que no fueron los únicos: al menos seis agentes más pasaron por Argentina, algunos vinculados al espionaje militar ruso (GRU) y otros al espionaje civil (SVR).

¿Cómo es posible que el Estado argentino no haya detectado una operación de semejante envergadura? La respuesta es simple: el kirchnerismo allanó el camino. Durante sus gestiones, se debilitó deliberadamente el sistema de control documental, se relajó la vigilancia fronteriza y se promovió una falsa idea de soberanía que, en los hechos, significó la entrega del país a mafias extranjeras con intereses alineados a regímenes totalitarios. Bajo el disfraz del “multilateralismo”, se permitió el ingreso de operadores rusos y se toleró la penetración del comunismo internacional disfrazado de geopolítica alternativa.

La investigación fiscal revela cómo “Gisch” accedió a la ciudadanía argentina con una partida de defunción falsa de su supuesta madre, una argentina que en realidad murió en 1947. El trámite fue gestionado en Viedma por Fabián Horacio Gutiérrez, funcionario vinculado a este esquema, junto a su esposa ucraniana y otro colaborador argelino. A partir de allí, se destrabó también la documentación para su esposa espía. Así, durante años, ambos recorrieron la Argentina y cruzaron fronteras sin ser detectados, incluso con dos identidades cada uno.

¿Quiénes los protegieron? ¿Quién se benefició? ¿Cuántos más siguen en el país operando para potencias extranjeras? Las autoridades kirchneristas de aquel entonces, incluidos ministros como Aníbal Fernández, no pueden alegar ignorancia. Fueron responsables de un sistema que no solo permitió el ingreso de agentes enemigos, sino que criminalizó a opositores internos mientras abría las puertas a redes de espionaje comunista. En lugar de proteger la democracia, facilitaron su infiltración.

Los datos son escandalosos: la pareja de espías llegó a votar en las elecciones de 2013. Estuvieron empadronados, se movieron por Buenos Aires y seis provincias, espiaron a ciudadanos argentinos e incluso vivieron a metros de una embajada de país afín a Rusia. Todo esto, mientras otros sospechosos pasaban por el país con pasaportes consecutivos emitidos por el GRU, el mismo servicio de inteligencia acusado de asesinatos y envenenamientos en Europa.

Ahora que el fiscal Taiano avanza con medidas de prueba, levantamiento de secretos bancarios, registros de llamadas e investigación de transferencias digitales, queda claro que la amenaza fue (y tal vez aún sea) real. El aparato estatal no solo falló: se subordinó a intereses foráneos.

Argentina necesita una limpieza profunda en sus instituciones de seguridad, pero también en la memoria. Hay que recordar que esta red de espionaje no apareció por arte de magia. Fue posible porque el kirchnerismo cultivó durante años un clima de complicidad, opacidad y desprecio por la soberanía nacional. Mientras se llenaban la boca hablando de patria, entregaban el país a espías disfrazados de turistas.

Hoy, ante los ojos del mundo, Argentina aparece como un terreno fértil para la inteligencia extranjera. Es hora de recuperar la dignidad, juzgar a los responsables y blindar al país frente a nuevas formas de colonización silenciosa. Porque los enemigos de la democracia no siempre vienen con tanques: a veces llegan con pasaportes falsos, ciudadanía exprés y aval político interno.


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