El PJ persigue a sus propios afiliados mientras ignora su propia decadencia y corrupción

El Partido Justicialista envía cartas documento a sus afiliados por postularse con otros partidos, mientras evita todo análisis de su propio colapso moral, político y representativo por culpa de la corrupción e inoperancia de quienes condujeron el partido durante los últimos 30 años. Perón los echaría a todos.

El Partido Justicialista: entre la persecución interna y el olvido de sus propios crímenes

En un acto que bordea lo tragicómico, el Partido Justicialista (PJ) ha comenzado a enviar cartas documento a varios de sus afiliados para que justifiquen por qué fueron candidatos por otras fuerzas políticas. Entre los notificados se encuentran nombres reconocidos en la política chubutense como Gustavo Mac Karthy y Leila Lloyd Jones, quienes recibieron estas intimaciones firmadas por el secretario partidario Luis Maglio. La medida, supuestamente enmarcada en la carta orgánica del PJ, no hace más que evidenciar el estado de descomposición institucional y moral del histórico movimiento peronista.

Lejos de hacer una mínima autocrítica por los fracasos estrepitosos de sus gestiones recientes o por la interminable lista de condenas por corrupción que pesan sobre sus espaldas —en especial durante los gobiernos kirchneristas—, el PJ ha optado por ejercer una caza de brujas contra aquellos que se atrevieron a romper con una estructura que hace tiempo perdió rumbo, representatividad y decencia.

Más preocupados por expulsar a sus propios afiliados que por reconstruir un proyecto político creíble, los dirigentes justicialistas demuestran una miopía alarmante. No buscan revisar su historia ni sus errores; buscan silenciar, disciplinar y castigar la disidencia interna. La excusa es la «traición», como si hoy el peronismo no fuera una sombra de lo que alguna vez fue, convertido en un aparato burocrático cooptado por el kirchnerismo, movimiento que —no se olvide— nació precisamente para enfrentar al justicialismo tradicional, al que acusaban de conservador y cómplice del poder real.

El absurdo alcanza niveles insólitos cuando quienes conducen hoy el PJ son, en gran parte, los mismos que lo despreciaron para fundar el kirchnerismo como una fuerza “superadora”. Ahora, con el PJ en ruinas, intentan imponer una moral partidaria que ellos mismos pisotearon. ¿Con qué autoridad un kirchnerista puede acusar a un afiliado justicialista de traidor? ¿No fue acaso el kirchnerismo quien se jactó de no responder a la liturgia justicialista y de no deberle nada a sus estructuras?

La realidad es que el justicialismo está atrapado en su propio laberinto. Incapaz de renovarse, atado a liderazgos gastados y a métodos autoritarios, no encuentra otra forma de sobrevivir que purgar a quienes todavía creen en una política abierta, plural y sin dueños. Pero esa purga no reconstruirá su legitimidad ni su prestigio. Solo lo hundirá más.

Mientras tanto, los ciudadanos asisten perplejos a esta novela interna de un partido que alguna vez supo gobernar el país y hoy apenas logra gobernarse a sí mismo. Un partido que en lugar de preguntarse por qué pierde elecciones, por qué pierde votos, por qué pierde credibilidad, prefiere seguir perdiendo afiliados.

Y quizá, con ese último acto de ceguera, termine perdiéndose a sí mismo.


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