El Gobierno de Chubut promociona una “Ruta 40 Turística” que no existe: sin mejora alguna, con ripio intransitable y carteles que sólo confunden a los turistas. Al mismo tiempo, pide al gobierno nacional mejorar la ruta 40, pero el ripio de la «Ruta 40 turística» sigue siendo imposible de transitar.
La “Ruta 40 Turística”: la mentira oficial que empantana al turista
Una vez más, la distancia entre el discurso oficial y la realidad del suelo patagónico es abismal. El gobernador de Chubut, Ignacio “Nacho” Torres, presentó con bombos y platillos en diciembre de 2024 la transformación de la Ruta Provincial 71 en la flamante “Ruta 40 Turística”. Según su relato, se trataba de un avance histórico en promoción turística, una reparación simbólica largamente esperada. Pero a seis meses del anuncio, lo único que cambió fue la cartelería. La ruta sigue igual de peligrosa, intransitable en invierno y perdida en el limbo de la jurisdicción provincial.
La situación es casi absurda: el turista que se aventura por la región encuentra carteles que anuncian “Ruta 40 Turística”, pero su GPS sigue marcando Ruta 71 o incluso la 259, dependiendo del tramo. ¿Por qué? Porque esta “nueva” Ruta 40 no es más que un bautismo simbólico. La jurisdicción sigue siendo provincial, la infraestructura no recibió ninguna mejora y ni siquiera se estableció una lógica coherente para su trazado.

El resultado es un desastre cartográfico y una trampa para el visitante que termina desorientado, sin saber en qué ruta está, ni hacia dónde va. La antigua Ruta 40 —la verdadera— mantiene su nombre, sumando más confusión. En los hechos, lo que se vendió como una política de desarrollo turístico no es más que un engaño propagandístico que maquilla la falta de inversión real.
Mientras tanto, la propia administración provincial ya parece haber abandonado la ilusión que creó. En junio de 2025, Torres viajó a Buenos Aires no para reclamar fondos para mejorar la “Ruta 40 Turística”, sino para negociar con Nación la transferencia de tramos estratégicos de la Ruta 40 original —la que pasa por otros corredores— con el fin de incorporarlos a un plan de obras financiado con deuda provincial compensada.
La paradoja es evidente. El gobierno habla de poner “en valor el patrimonio natural y cultural” con acciones simbólicas sin presupuesto. Pero cuando se trata de obras reales, el foco cambia: la prioridad vuelve a ser la vieja Ruta 40, la nacional, dejando olvidada la trampa semántica de la 71 rebautizada.
El problema no es solo de forma. Hay sectores de la ex Ruta 71 con tramos de ripio en condiciones deplorables, intransitables cuando llueve o nieva, con barro, huellas profundas y sin mantenimiento adecuado. Sin pavimentación ni obras de infraestructura, la “Ruta 40 Turística” es, en realidad, una ruta de alto riesgo. Lo que debería ser un corredor seguro y atractivo se convierte en una experiencia frustrante para los visitantes y peligrosa para los habitantes.
Lo que se presenta como una estrategia de promoción es, en verdad, un espejo de la improvisación política. Le cambian el nombre a una ruta, le ponen un par de carteles y esperan que la confusión se traduzca en turismo. El Estado juega al ilusionismo mientras abandona el deber más básico: garantizar caminos seguros y transitables.
Así, Chubut ofrece una postal desoladora de lo que ocurre cuando el marketing reemplaza a la gestión, cuando las rutas se convierten en eslóganes vacíos y cuando el turista —como tantas veces— paga el precio del relato.
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