El grave accidente del argentino Juan Cruz Zanaboni en Bahamas expone la fragilidad de los sistemas de asistencia en emergencias fuera del país y los costos impagables de esos sistemas.
Juan Cruz Zanaboni, oriundo de Temperley y formado profesionalmente en Puerto Madryn, permanece internado en estado crítico tras sufrir complicaciones durante una práctica de apnea en profundidad en las Islas Bahamas. El joven, reconocido en la comunidad del buceo, se encuentra con asistencia mecánica y sus allegados impulsan una colecta solidaria para financiar su traslado a un centro de mayor complejidad.
La apnea, disciplina de altísimo riesgo que exige descender sin equipos de oxígeno, ha cobrado en este caso un costo muy alto. Más allá del accidente en sí mismo, lo que queda al descubierto es la vulnerabilidad de quienes se desempeñan en estas actividades cuando la infraestructura sanitaria no está a la altura de la urgencia.
Familiares y amigos buscan recursos para trasladarlo, ya sea a Buenos Aires en un avión sanitario o a Miami, donde podría acceder a un equipo ECMO que reemplaza temporalmente las funciones del corazón y los pulmones. Sin embargo, los seguros médicos no han brindado las respuestas esperadas y la colecta se vuelve indispensable para garantizar su supervivencia.
Este caso trasciende lo individual. Pone en debate la desigualdad en el acceso a la atención de alta complejidad y la dependencia de gestos solidarios para suplir carencias estructurales. En pleno siglo XXI, la vida de un paciente crítico no debería quedar librada a la buena voluntad de la gente, sino asegurada por un sistema que respalde, prevenga y actúe con rapidez. Los costos de estos traslados y en endeudamiento en dólares que ello genera, pone a los sobrevivientes a una vida destinada exclusivamente a pagar esa deuda; una paradoja escalofriante.
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